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miércoles, 25 de junio de 2014

Y nosotros...

 
Afuera, en el jardín,
las rosáceas del estanque
colonizan la umbrosa parcela
del boj y la hierbabuena.
 
Un grillo duerme la siesta,
mecido por el lloro del surtidor
que al pañuelo acuoso endilga
sus delirios de grandeza.
 
El bisoño clavel reventón
y la rosa sandunguera
cobijan al batracio verrugoso,
a la hilera de hormigüelas.
 
 Nada impide el sonrojo de la tarde:
ni una desvaída nube
que le ensombrezca el carmín,
ni un incoloro celaje.
 
 Cabecea en el balancín
el abanico, plegado,
entregándose al bochorno,
alicaído, desmadejado.
 
Y nosotros... a lo nuestro.


© María José Rubiera
 
 
 


martes, 17 de junio de 2014

Neófito

En deuda estaba con ella...
 
Le adeudaba
tender una pasarela
desde lo viable hasta el corazón,
dejar sin rizos la fuente,
tintarlos de amor novicio
y con los mismos,
a más de mixtura de besos,
enaltecerle la frente.
Ser de su feudo bastión,
de sus sueños camarlengo.
 
Le debía
ser neófito en el amor,
de su locura contagiarse
(sacra vesania la suya,
loable chifladura aquella
que pinta hilachas al sol,
a las nubes florituras,
trenzas a las estrellas,
lunares a los luceros).
Enajenarse a su vera...
de nuevo.

© María José Rubiera
 


martes, 10 de junio de 2014

Axioma

Sin hiatos disonantes
que fustigasen el aire,
sin borrones, sin erratas
se prologaba la tarde...
 
La tarde aquella:
tan distante y tan cercana;
tan próxima a los recuerdos,
del presente tan lejana.
 
Aquella tarde...
 
 “¿Bailas?”, me preguntaste,
denegué con la cabeza
pero aun así me enlazaste:
los dedos en mis caderas
–diez garfios preponderantes–,
los ojos en mis ojos
–dos bujías irradiantes–,
diástoles, sístoles... alientos
acrisolando el instante.
 
La tarde aquella:
dramaturga futurista
ideando un guion para dos.
Tarde con temple de axioma,
demandadora de amor,
para ambos decisoria.
 
Sin tachones, sin ultrajes
se epilogaba la tarde,
sin hiatos restallantes
que flagelasen el aire...

© María José Rubiera
 
 

miércoles, 4 de junio de 2014

Ausencias

Sobre cuarzosa arenisca,
entregados a sí mismos,
se arrebatan los amantes
en las márgenes del río.
Él, masculino... aún no ahíto,
reclinada la cabeza
en el seno femenino;
recostada en la ribera,
etérea, principesca... ella:
un chal de esporas musgosas,
negligentemente liado,
enmarca sus armonías,
ornan su dermis lechosa
tres ramilletes de lilas;
de lilas es la pulsera
que ocia en su frágil muñeca,
en el cabello una cinta
 de aliso, melisa y yedra,
a juego con sus pupilas,
en su abstraída mirada... ¡ay!,
un torbellino de ausencias.
 
“¡Adónde te has ido, amada!”,
clama él turbado; y abatido:
“Si bien estás a mi vera
siento que no estás conmigo.”
 
“Distante me hallo, amor mío:
comulgando con el agua,
platicando con las piedras...
conversando con el río.”
 
© María José Rubiera