Si bien el latitar del nordeste
borrasca latente entraña
y migajas de sevicia
contaminan el ambiente,
homilía luminosa
declama el predicador
en el pórtico del Oeste.
Anochece,
sin estruendo,
sosegadamente...
sin aspavientos.
Las Aónides celestes
van discurriendo grafismos
sobre el lienzo anochecido,
y el arcano de los versos
deja de ser un misterio.
En el difuso claroscuro
me voy perdiendo... y te pierdes;
nos perdemos rúa abajo,
cada cual en sus quehaceres.
Nos perdemos sin remedio:
melismas de fado amargo
toman asiento en el atrio.
© María José Rubiera
© María José Rubiera
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