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viernes, 28 de septiembre de 2012

Fantasía de una noche de verano

Si bien todo sueño alberga
simbolismo metafísico,
mi fantasía onírica
de aquel tórrido verano
en absoluto se asemeja
a la inmortalizada por el poeta:

La jungla urbana no era sino un jardín
donde la única luz que brillaba
era la emitida por las estrellas.
La luna, transpirando poesía,
narraba esas mil y una noches
en que hasta el alma más frígida
el acto carnal consiente
y sin reservas se entrega:
noches en que el amor vibra
y sabe a jazmín y madreselva.

En el peculiar pensil
impresa estaba tu esencia.
Estabas, acariciando mi nombre,
declarando que me amabas;
deseando impedir, no obstante,
que el aura lo proclamara
quisiste sellar los labios
y ningún otro vocablo
liberaste de la garganta.

Y me alejé de tu lado,
tomando por un sendero
que tenía por topónimo "olvido".
A la mitad del trayecto
me topé con un lamento
en el que reconocí tu voz,
pero no entendí qué decía:
el lenguaje me era desconocido.

© María José Rubiera

lunes, 24 de septiembre de 2012

Cautiva

Fue en un domingo de otoño
que, camuflada entre trapos,
revistas, libros añosos,
loza descascarillada
y demás ajados trastos
que los calés ofertaban
en el mercadillo dominical,
vi una caja de música
de palisandro rosado,
con taracea de nácar.

A pesar del recelo gitano
tomé entre mis manos la antigualla
y le levanté la tapa.
La cautiva bailarina danzaba:
el cabello recogido en un moño,
el tutú deshilachado,
el corpiño pringoso;
zapatillas de ballet
que tiempo atrás eran blancas
y a fuerza de tanto usarlas
se le habían vuelto pardas.

Danzaba y danzaba... sin darse parada,
tan sólo de cuando en cuando
en el espejo detenía la mirada
milésimas de segundo,
y continuaba la danza:
los torneados brazos elevados,
señalando al firmamento,
invocando a un ignoto demiurgo.

Yo... habría de jurar que lloraba.


© María José Rubiera

jueves, 20 de septiembre de 2012

Código secreto

Incluso las paredes oyen y hablan:
no saben guardar secretos;
a voz en grito pregonan
lo que se oculta en el alma.
Es por lo mismo, mi amor,
que debes tener mesura
y evitar signar tus versos
con estelas de pasión.

Cuanto tengas que decirme
codifícalo en tus besos.
Una vez se haya cernido la noche
y el vespertino lucero
haya culminado su éxodo
a los confines celestes
y tus labios rocen mis labios,
sabré descodificarlo.

Y si no, me adentraré
en el limbo de los sueños
y preguntaré a los astros
si decodifican textos.
Y si no, leeré en tu oriflama
la enardecida leyenda
que escribes cuando en mí piensas,
y al pronto hallaré la clave
para descifrar tus besos.


© María José Rubiera

lunes, 17 de septiembre de 2012

Deletéreo

Observo el cielo,
acodada en la baranda
de la náutica atalaya:
se avecina la tormenta,
el sol, atemorizado,
busca refugio seguro,
en las nubes halla amparo
y de grisáceos pigmentos
se va tintando el ocaso.
El mar está harto crispado,
deletéreo tema canta,
no tararea, no interpreta
melodías para el alma.
Haciendo trizas el traje
que vestía de mañana
ya no se adorna con dijes
de diamantes y esmeraldas,
ahora luce, circunspecto,
agresivo ópalo negro.
Regurgitando sargazo
esboza una diagonal
y taimado caracolea
hasta invadir la calzada,
y sobre el viandante itera
cristales de lluvia amarga.

© María José Rubiera

jueves, 13 de septiembre de 2012

Efeméride

Es a esta hora vespertina, 
próxima a hacerse leyenda 
en la efeméride del día, 
que me dispongo a confiar 
a la pluma y la cuartilla 
retazos de una historia 
que tan sólo a mí concierne 
y en modo alguno fiaría 
de no gravar en mi memoria 
cual laude de camposanto, 
en cuya área granítica 
reza el siguiente epitafio: 
Aquí yace mi alma afligida. 

Se debilita la tarde, 
expresándose indecisa, 
mostrando esa ambigüedad 
ora brillante, ora mate, 
de la otoñal claridad 
que ante la noche agoniza 
y de luz diurna nos priva. 
Absorta en la tarea impuesta 
enciendo una lamparilla, 
y desangrando la pluma 
sigo desgranando letras 
sobre la nívea cuartilla...

© María José Rubiera

lunes, 10 de septiembre de 2012

En mi nube

Cuando me rinda la herrumbre,
cuando el faro se oscurezca
y tu ensenada no alumbre,
no quiero que te entristezcas
ni de llanto atavíes el alma
ni de luto las ojeras.

Tornará otra primavera,
florecerán los narcisos,
las rosas y las azaleas,
surgirán las mariposas
de los capullos sedosos,
en el diseño del nido
se afanará el petirrojo,
la hembra cuco se valdrá
de domicilios ajenos
y el candoroso chochín
protegerá los cuclillos
creyendo son sus polluelos.

Acaecerá otro verano,
volverán las golondrinas,
madurarán las cerezas
y bajo la fronda de un árbol
te sentarás a comerlas.
Fluirá el inhóspito invierno,
y cuando menos lo esperes
gozarás de un amor nuevo
y casi sin darte cuenta
se licuarán los recuerdos
y se desleirán las penas,
y transcurrirás los tiempos
hasta extinguirse tu vela.

En tanto que eso suceda
te estaré aguardando, amor,
en mi nube particular,
con un cortejo de estrellas.


© María José Rubiera

lunes, 3 de septiembre de 2012

Absenta

Era incapaz de amarla,
hiriente, burda, árida,
álgida como la tundra
era la línea de sus labios
cuando procedía a besarla.

Atemperadas llanuras
y unas caricias robadas
en la intimidad exenta
de rigurosas miradas
agitaban ahora su alma.

Sólo pensaba en la absenta
que otro cáliz le brindaba,
en aquel licor prohibido
del que insaciable libaba,
aquellos besos gitanos
que al edén lo trasladaban
y el lene roce de manos
que el orgullo mancillaban.

© María José Rubiera