Si bien todo sueño alberga
simbolismo metafísico,
mi fantasía onírica
de aquel tórrido verano
en absoluto se asemeja
a la inmortalizada por el poeta:
La jungla urbana no era sino un jardín
donde la única luz que brillaba
era la emitida por las estrellas.
La luna, transpirando poesía,
narraba esas mil y una noches
en que hasta el alma más frígida
el acto carnal consiente
y sin reservas se entrega:
noches en que el amor vibra
y sabe a jazmín y madreselva.
En el peculiar pensil
impresa estaba tu esencia.
Estabas, acariciando mi nombre,
declarando que me amabas;
deseando impedir, no obstante,
que el aura lo proclamara
quisiste sellar los labios
y ningún otro vocablo
liberaste de la garganta.
Y me alejé de tu lado,
tomando por un sendero
que tenía por topónimo "olvido".
A la mitad del trayecto
me topé con un lamento
en el que reconocí tu voz,
pero no entendí qué decía:
el lenguaje me era desconocido.
© María José Rubiera
simbolismo metafísico,
mi fantasía onírica
de aquel tórrido verano
en absoluto se asemeja
a la inmortalizada por el poeta:
La jungla urbana no era sino un jardín
donde la única luz que brillaba
era la emitida por las estrellas.
La luna, transpirando poesía,
narraba esas mil y una noches
en que hasta el alma más frígida
el acto carnal consiente
y sin reservas se entrega:
noches en que el amor vibra
y sabe a jazmín y madreselva.
En el peculiar pensil
impresa estaba tu esencia.
Estabas, acariciando mi nombre,
declarando que me amabas;
deseando impedir, no obstante,
que el aura lo proclamara
quisiste sellar los labios
y ningún otro vocablo
liberaste de la garganta.
Y me alejé de tu lado,
tomando por un sendero
que tenía por topónimo "olvido".
A la mitad del trayecto
me topé con un lamento
en el que reconocí tu voz,
pero no entendí qué decía:
el lenguaje me era desconocido.
© María José Rubiera