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lunes, 23 de julio de 2012

Señor de las mareas

Como la voz del almuédano
que al fiel a oración convoca
elevando al viento su lamento.

Como canto de sirena
que al nauta seduce y aliena
y al piélago su vida le ofrenda.

Como resaca que retrocede y avanza
y voraz engulle la arena
y con chantilly decora la playa.

Como el señor de las mareas
que va y viene y se apropia la perla
y la nacarada bivalva desdeña.

Como el estanque dorado
donde las carpas bucean
y los nenúfares se reflejan.

Así eres tú, mi amado.

© María José Rubiera

sábado, 7 de julio de 2012

Cálido verano

Sin cota de malla
ni armadura ni yelmo,
sin riendas, a horcajadas
la vida cabalga
en los ijares del tiempo,
si bien las más de las veces
en lugar de trotar galopa:
la montura de la vida
no es un manso palafrén
sino un brioso alazán,
un indómito corcel
que a menudo se desboca.
¿Pero qué puede importarme
si a lomos del tiempo la vida trota,
galopa, o si cual demente suicida
su cabalgadura se desboca
y por un barranco se precipita
o por un despeñadero se arroja?
Continuaré amándote
aun cuando tu pelo se vuelva cano
y las ojeras tus ojos enmarquen,
aun cuando tus labios ajados
carezcan de savia con que ofrendarme
y el temblor de tus manos
te impida acariciarme.
Para mí, mi amado,
aun cuando en tu orilla el invierno
se recrudezca y en tu esencia se instale,
siempre serás cálido verano.
 
© María José Rubiera

 
 
 
 

lunes, 2 de julio de 2012

In crescendo

"Te llevaré a un lugar donde los astros 
figuran estar a un palmo de la mano", 
dijo él, y ella asintió con la cabeza. 
Y haciendo alarde de exquisita oratoria 
continuó desgranando palabras 
en tanto que la joven observaba, 
en la penumbra amparada, 
las desaforadas pasiones 
signadas en las pupilas grisáceas, 
la irreductible voluntad masculina 
en la línea de los labios bordada. 
Y sintió excitación, atracción, deseo, 
inquietud, vértigo..., miedo 
–miedo que iba en crescendo 
a medida que se adentraban 
en el paraje inédito–, 
y comenzó a temblar 
como una azogada 
y las sienes le estallaban, 
y se reprendió a sí misma 
diciéndose loca temeraria. 

Y perseveró la noche 
y no reverberó el alba, 
y el céfiro canturreó una salmodia: 
funesto agüero anunciaba.

© María José Rubiera