Te amé en el albor de la adolescencia
como acostumbra amar la adolescente:
escuchando al corazón, no a la mente,
dejándose llevar por la inconsciencia.
Te amé en el albor de la adolescencia
sin saber que cada acto inconsecuente
grava sobre el porvenir inminente,
siendo urdimbre y trama por consecuencia.
Desoyendo la voz de la consciencia
te amé con el alma, sin artificio...
Te ofrendé la ambrosía de mi esencia.
Desdeñando el clamor de la experiencia
amé de tu cuerpo cada intersticio...
Yo fui el instrumento; tú, la cadencia.
© María José Rubiera
© María José Rubiera