Los sonidos del silencio
se extienden por la ciudad,
tan sólo de cuando en cuando
se escucha un bebé llorar
o un vehículo rodando,
la pausada levedad
de unos pasos transitando
y algún que otro can ladrar
y las hojas revoloteando.
De los arbustos, el cimbreo:
impelidos a danzar
al compás que marca el viento.
Se han acallado las risas
y el contento y el festejo
y los llantos y las riñas,
los enojos e improperios.
Callada está la ciudad,
aparenta estar dormida
pero no es sino apariencia,
mero espejismo nocturno:
sólo finge descansar
del acontecer diurno.
El drama de cada hogar
prosigue al llegar la noche,
jamás se permite tregua,
jamás duermen las pasiones.
© María José Rubiera